En la España de los siglos XV a XVII, con los grandes viajes y la exploración de mundos desconocidos, aparece una nueva conciencia de la tierra y del tiempo expresada mediante nuevas representaciones literarias y artísticas. El mundo, hasta entonces cerrado, se transforma en un universo infinito. El arte de construir jardines o palacios, de narrar un viaje experimental o una búsqueda poética y mística, de pintar paisajes y glorias celestes da fe de una renovación de la mirada —filosófica, alquímica, teológica, política—. Cada objeto, a su escala —palacio, jardín, relato, cuadro—, sostiene una manera de ser de quien lo recorre con su cuerpo o con sus ojos. El arte de los príncipes y sus arquitectos adquiere una intención mística: habitar maravillosamente el mundo, en armonía con la tierra, el agua, el aire y el fuego luminoso, es habitarlo tal cual es; es decir, experimentar en él la presencia divina, ver el mundo en Dios.
Habitar maravillosamente el mundo se inscribe en una perspectiva geométrica y mística del infinito y de la eternidad.
De este modo se elabora un arte hispánico de habitar maravillosamente el mundo que, desde la península ibérica, no deja de repetirse artística, teológica y espiritualmente en los nuevos mundos y en la Nueva España. La obra se articula en cuatro partes dedicadas: a los palacios, jardines y moradas espirituales desde Andalucía y la Casa de Campo de Madrid hasta
Las Moradas de Teresa de Jesús; a las maravillas del universo desde Sevilla hasta México; a la mística de los paisajes y la magia natural; y a la representación del infinito y el deseo de eternidad en el palacio de El Escorial y
El entierro del conde de Orgaz del Greco.